Los defectos persisten en los adultos como la mugre sobre las hojas cansadas de los árboles urbanos, encementados. No es imposible de limpiar, pero requiere un enorme esfuerzo y mucha constancia. Los niños, en cambio, se parecen más a los frutales que crecen al borde de los caminos. A veces se cubren de polvo, de heces de pájaros y otros bichos, puede que de pulgón. Pero las más de las veces eso no los afea ni estropea ese fruto que ofrecen a quien se para a saludar.
Pues así ha empezado mi día de plátano ocre. Enfadada. Perorando. Aleccionando. Embebida en mi razón. Y Joana, con su coleta alta -porque hoy toca deporte- que le despeja la frente, seria de boca y de ojos, tan de repente mayor... Y Joana me escuchaba sin mirarme, pero sé que me escuchaba.
- ¿Por qué no dices nada? ¿Acaso crees que no tengo razón, que no es justo mi enfado?
- Sí, mamá. Creo que sí tienes razón.
Y me ha ofrecido un fruto jugoso y perfecto y limpio de rencor. Y se ha bajado del coche y yo no le he dado un beso.
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