9/2/09

un puñado de besos



Antes de ir a dormir leímos Un puñado de besos*, el primer libro que le regaló su abuelo y que ya se sabe de memoria. Cuenta la historia de Kati, una niña rica porque tiene "un montón de amigos, una cajita llena de besos y una gran sonrisa". Kati me dio una idea para compensar un mes de cansancio y humor burbujeante. Últimamente Joana no se queda en el colegio con tanta alegría, sino que se pega a mis faldas para que no me vaya sin ella, cosa que no había hecho antes y que me pone algo nerviosa.

Salí del cuarto con la excusa de guardar el libro y rebusqué en uno de mis cajones de sastre. Sí. Esto serviría: una bolsita del tamaño de dos pelotas de golf, color rosa principesco con ribetes dorados.

- Tengo un regalo para ti.
- ¿A ver? ¿Qué es?
- Toma, ¿te gusta?
- ¡Oh! ¡Es de princesa! ¡Me encanta taaaanto!
- ¿Sabes para qué es? Mira.
Empiezo a llenar la bolsa de besos, la cierro tirando de las cintas y se la devuelvo. Se ríe.
- Ahora, cuando en el colegio me extrañes sólo tendrás que hacer así, meter la mano, sacar uno de mis besos y ponértelo en la mejilla. Luego cierras y la guardas otra vez.
- Como Kati.
- Sí. ¿Te gusta?
- Me encaaaaaanta.
- Bueno, dame, que la guardo para que duermas.
- ¡No! Quiero que duerma conmigo...
Y se abraza con toda su alma a la bolsa llena de besos de mamá.
- Está bien. Hasta mañana.
- Buenas noches.

* La historia, de Mª Antonia Ródenas; los dibujos, de Carme Solé Vendrell, como la ilustración que encabeza esta entrada.

5 comentarios:

Sergio dijo...

Una bolsa sin fondo.

pau dijo...

Cada vez me gusta más este blog. Además en mi casa tb hay un habitante de tres años... y es exactamente así. Tentada he estado estos estos días de abrir un blog_hermano titulado: "un gran manto de tisú"! :)

Anónimo dijo...

Tomaré nota de esto (y de otras cosas) para cuando cuando Flavia crezca... ya quiero que se conozcan!

Anónimo dijo...

plagiaré esta y otras ideas, sin duda.
mae

momodice dijo...

Cuando era pequeña y me pedian un beso, a veces decía que no tenía. La encargada de reponérmelos era mi madre. Me daba uno y entonces ya tenía reserva para dar.