22/10/07
Antes del bolido II o cuando el progreso acabo con la poesia
El pasado abril llovió entre bastante y mucho en Zizur, Cizur y Pamplona. Puede que incluso en algún otro sitio. Yo, que soy previsora, había pedido a los reyes magos unas botas de agua y un pantalón impermeable. Ellos, tan majetes siempre, me lo trajeron todo: unas botas de agua rojas brillantes, que es como deberían ser todas las buenas botas de agua, también las de los pescadores y las de caminar por los senderos embarrados de la selva; y un cubrepantalón negro, discreto, que tiene dos posiciones básicas: enrollado como una persiana dentro de las botas o protegiéndome desde los tobillos hasta la nariz.
El problema de la previsión es que te mata la impaciencia. A mí me ocurría. Caían cuatro gotas y me vestía y me calzaba dispuesta a enfrentar un segundo diluvio. Llegaba a la universidad sudando; debía de ser una distracción verme subir escaleras, bajar escaleras o fumar a pleno sol con mis botas de agua (hasta que comprendí que era bueno llevar un par de zapatos en una mochila).
Pero llegó abril y el cielo pensó "¿no querías caldo? Pues dos tazas". Iba yo alegremente chapoteando (sí, sí, alegremente, como cuando teníamos 5 años) cuando empecé a ver el río, mi río, que se acercaba a saludarme. El puente había desaparecido, el caminito rojo se había fundido con la vegetación lateral y ahora se daba aires de pantano. Tanteé. El agua me llegaba al tobillo. No hay problema, se puede pasar. Cinco pasos, diez pasos y el agua rozaba ya el borde de la bota. Caminaba con cuidado, lentamente, tanteando cada apoyo, con una mano sujetando el paraguas y la otra dispuesta a agarrar no se sabe muy bien qué al menor signo de peligro. El agua se arremolinaba furiosa allá donde debería estar el cabo del puente, y arrastraba lo que encontraba río abajo. Sopesé: era un remolino furioso, pero chiquito, y estaba en un lateral. Podía aventurarme. Iba ya a meter el pie cuando se oyó una bocina.
El buen samaritano cambia de técnica, pero no de hábito. Un señor había detenido su coche y me gritaba: ¿Te llevo? Lástima de aventura, pensé, pero no íbamos a fastidiarle la buena acción del día. Probablemente me ahorró un baño y bastante trabajo, porque había olvidado por completo que traía yo el ordenador -con mi tesis- en la espalda.
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5 comentarios:
Y el pobre Artur Block, que estaba ansioso de recibir por enésima vez el premio a la mejor predicción*, se quedó con las ganas.
*No se puede saber la profundidad de un charco hasta que no se ha puesto el pie entero dentro de él.
Muy bueno por citar a Murphy, Marc.
Lo importante es saber que aún quedan buenos samaritanos. Menos mal.
Esta primavera pienso meter el pie y llevarme el premio de Block, Marquitus.
Quedan muchos, Nahum, gracias a Dios, pero son sigilosos.
Qué grande haces las pequeñas aventuras cotidianas. Encantas.
P.D. Quizás, gracias al samaritano puedas contarlas.
Quina sort que vas tenir...
Ya tengo el teórico de coche y la semana que viene empiezo las prácticas!
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