14/2/08

heroínas


Ahora sé que era una tienda de antigüedades sin historia, de baratijas; entonces me pareció el almacén de cualquier catástrofe, los pocos supervivientes del incendio de un palacio, los restos de un campo de batalla. Mi tía conversaba con un señor viejo (porque era viejo, no mayor), tal vez el aventurero que rescató todas esas lámparas de formas extravagantes. Mi prima, muy formal, escuchaba con las manos cruzadas en su espalda.
Me senté en una silla forrada de terciopelo rojo. El asiento podía levantarse y quedaba entonces otra silla, muy rara, a ras de suelo (un reclinatorio, en realidad). Yo era Sherezade -había oído ese nombre a mi prima; no sabía quien era, pero sonaba extraño y lejano-, que recibía con cariño a sus súbditos desde la autoridad de la silla real. Después, cuando las peticiones habían terminado por fin, tres lacayos con turbante blanco me servían el almuerzo en una mesita cuadrada y baja. Entonces, para adaptar mi trono a la mesita, subía el asiento y comía sentada a ras de suelo. Me cansé y fui Juana de Arco. A ella sí la conocía. Papá solía contarme su historia. Llevaba una armadura brillante, como aquélla del rincón, y una espada enorme y pesada que en mis manos se convertía en un arma de precisión matemática. Yo siempre ganaba. Era lo bueno de estar del lado de Dios. Algunos soldados ingleses me pedían clemencia, y yo los perdonaba y ellos me prometían dejar el ejército de ese rey malvado y dedicarse a cultivar el campo...
- María
Yo sabía que actuaba bien porque oía voces que me decían...
- ¡María!
¿Cómo podían las voces conocer mi otro nombre?
- ¡María! ¿No me oyes? ¡Ven!
Vaya, por un momento creí que mi tía quería ayudarme a salvar el trono de Francia.
- Sí. Ya voy.
- Mira. Necesitamos tu ayuda. Tenemos que desenroscar la bombilla de esta lámpara y tu mano es la única que puede pasar por la boca del cristal. ¿Crees que podrás hacerlo?
- Sí.
- Bien. Mete la mano y agarra bien la bombilla. Luego gira despacio. Así, ¿ves? Cuando notes que se ha soltado saca la mano de la lámpara, pero sin soltar la bombilla. ¿Lo has entendido?
No respondí enseguida.
- María, ¿Lo has entendido?
- Sí.
- Bien, pues, adelante.
Mi mano cabía perfectamente en el cuello de la lámpara. Agarré la bombilla y la desenrosqué. Mi cabeza-capitán repetía las instrucciones de mi tía; mis ojos-centinelas controlaban cada movimiento; mi mano-soldado cumplía órdenes. Sabía que todos me miraban: mi tía, mi prima, el señor viejo. Mi tía temía que rompiese la bombilla, mi prima esperaba que rompiese la lámpara y me echara a llorar, el señor viejo... Bueno, a él lo dejé de mi parte porque no podía saber qué pensaba.
Saqué la bombilla y se la di a mi tía. Y me quedé junto a ella mientras daba las últimas instrucciones al señor viejo. Al salir pasamos por delante de la herrumbrosa armadura, y juraría que la vi mirarme con admiración.

*En la imagen, April fool, de Norman Rockwell

5 comentarios:

Marc Roig Tió dijo...

Vaya, una historia desconocida... y apasionante.

Bloody Marie dijo...

Tampoco yo la conocía. Muy bonita.

¿Quién te llama María? Esa parte no la entiendo...

ERT dijo...

¡Mentira!

Andanhos dijo...

Hay una canción brasileña que dice "agora eu era herói e o meu cavalo só falava inglês". Lo comprendes, ¿verdad?
Me encanta tu historia.
Un beso.

mòmo dijo...

Nadie me llama María. Sólo es una historia.