3/6/08

el matón y el pobre diablo


- Buenos días, ¿qué desea?
- Hablar con el encargado.
- Hoy no está aquí, pero si yo puedo ayudarla en algo...
- No lo sé. ¿Puede explicarme por qué llevo seis semanas esperando un sofá que supuestamente iba a tardar tres? ¿Puede decirme porque me mienten reiteradamente y cada vez que llamo me dicen que está a la vuelta de la esquina pero luego no aparece y nadie avisa, nadie llama, nadie dice nada, hasta obligarme a venir en persona con la que está cayendo y con una niña pequeña?
- Disculpe...yo... a mí nadie me había... Lo siento muchísimo. Espere un momento, por favor.

Es un chico joven de pelo encrespado que parece haberse establecido indefinidamente en la edad del acné. Ojos pequeños, manos nerviosas. Aunque dudo que lo sea, se diría que es su primer día en su primer trabajo. En una película norteamericana sería el dependiente del supermercado, blanco de burlas, que favorece la formación del héroe; en una europea, él sería el héroe-antihéroe, ejemplo de una vida anodina o de la falsedad de las relaciones sociales. Este es el personaje a quien he asustado. Yo soy el matón de barrio.

Vuelve con otro empleado más firme, más derecho, más seguro.
- Sí. Sé a qué se refiere. Esto no es normal. Créame que lo sentimos mucho. Espere; llamaré para que me den una fecha. No se vaya.

No, no me voy. Él se aleja para llamar y me quedo otra vez sola con mi pobre dependiente de supermercado y Joana.
- ¿Quiere sentarse?
- No, gracias. Así estoy bien.
***
- Mamá, ven. Un secreto.
- Dime.
- (Dile que nos dé nuestro sofá)
- Ya se lo he dicho.
- (¿Y no nos lo da?)
- No.
- (¿Se lo digo yo?)
- Sí.

Y empiezo a arrepentirme. Se acerca resuelta al mostrador. El chico sigue de pie, al no sentarme yo, él tampoco se ha atrevido a hacerlo. Y ahora una niña de tres años le increpa.

- Oye. Quiero un sofá.
- ¿Eh?... ¿Quieres... ver un sofá?
- No. Quiero el sofá. Un sofá rojo.
- Bueno... Creo... Tengo un sofá cama... Es rojo.
- Rojo.
- Pero... no es el que encargasteis... ¿Quieres... verlo?
- Sí.

Creo que se alegra de poder alejarse de mí, aunque sea con la ridícula excusa de enseñar un sofá cama a una clienta de tres años. Yo empiezo a sentirme muy culpable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conozco esa cara. ¡Qué miedo! Me imagino al pobre chico atravesado por esa mirada verde furiosa, jejeje.

Eres tú y eso no se puede cambiar, jejeje, ¡felizmente!