15/4/09

En casa


Nos gustan los juegos de mesa. Ahora que los hermanos estamos repartidos por el planeta tenemos pocas oportunidades para sentarnos y disfrutar, por eso intentamos no desperdiciar ninguna. Y también ganar nuevos adeptos.
Ayer introdujimos a Joana en el arte del Dicciopinta (una versión del Pictionary que nunca tuvo ni la mitad de su éxito). Había que elegir las tarjetas para ella, claro, porque no nos parecía capaz de dibujar, al menos de un modo comprensible, cosas del estilo de echar una cana al aire o incluso malabarista. Cuando encontraban la adecuada, yo me tapaba los oídos para que alguien le explicara a Joana qué debía dibujar.

- Joana, tienes que dibujar una línea.
- ¿Horizontal o vertical?

A veces no estábamos seguros de que supiera dibujarlo, aunque supiera de qué se trataba.

- Joana, tienes que dibujar un moco.
- Pero, ¿cómo se dibuja un moco?
- Bueno, haz una nariz y luego...

Este sistema tenía sus riesgos, como que a mitad de dibujo comentara en voz alta: ¡es que no sé dibujar mocos! Pero no era el único riesgo. El amor a los detalles fue su talón de Aquiles.

- Joana, tienes que dibujar una calle.
- ¿Cómo?
- No sé, tú misma, dibuja alguna casa...
- Empezaré por la casa.
- Bueno.

Y lo hizo. El dibujo que iba apareciendo ante mí era una casa en perspectiva, con ventanas enrejadas, una ventana redonda que señalaba el altillo, muchos pies... Mi hermano le recordó: Joana, que no es una casa lo que debes dibujar; se te acaba el tiempo... Joana reaccionó de inmediato dibujando cuadraditos alrededor de la casa y repitiendo como para sí: calle, calle, calle, calle...

Con todo, Joana y yo ganamos la partida.

2 comentarios:

Marta dijo...

¡Quiero jugar al Dicciopinta con Joana!

Sergio dijo...

Aún resuenan en mi casa los ecos de aquel campeonato de parchís que duró todo el verano; 150-149 creo que quedamos, pero no recuerdo quien ganó.