11/7/11

Obligar a Dios


El año en que iba a entrar a formar parte de la Escolanía de Montserrat, a mi tío le diagnosticaron un tumor en el cerebro. Los médicos lo abrieron con intención de operar, de cumplir con su juramento hipocrático, pero cerraron sin haber tocado nada. No había nada que hacer: no podía operarse. Mi abuelo quiso llevarse a su hijo a casa; si tenía que morir, mejor que ocurriera en casa.

Las casa de mis abuelos colindaba con una escuela de monjas dominicas, donde mi abuela estudió de niña. También estudiaban allí mi tío y mi padre. Mientras duró el ingreso, todos los días profesoras y alumnos rezaban por la salud de mi tío, pidiendo la intercesión del beato Coll (que necesitaba cumplir su cupo de milagros para llegar a santo). Mi padre, que entonces era muy pequeño, recuerda el orgullo que sentía porque en estas oraciones comunitarias dejaban que él ocupara la primera fila.
Mi bisabuela tenía una prima, la hermana Josefina, con quien se había criado y que durante la guerra entregó su vida por amor a Dios*. Las monjas dominicas de Monte-Sión, de las que ella era priora, cedieron con gusto su reliquia a mi abuela, que la colocó bajo la almohada del niño enfermo, mientras pedían la intercesión de sor Josefina por su pequeño pariente.
Por supuesto, también en Montserrat andaban rezando para que la Moreneta devolviera la salud a su monaguillo sin estrenar.
Quien más quien menos, todos en el pueblo -y fuera de él- tenían a su santo de cabecera y le pedían por la vida de mi tío.

Los médicos dieron largas a mi abuelo para que se llevara al niño: tenía que comer, pero no toleraba ni sólido ni líquido. A los pocos días dijo a su madre que tenía sed. Ella se mostró animada, ¿qué quieres? No sé, un zumo de naranja. La madre preparó el zumo, la cucharilla para dárselo y la jofaina para el previsible vómito. Pero el niño tomó una, dos, tres, diez cucharadas y no devolvió. Ella advirtió a los médicos.

Otra vez el niño se sometió a una intervención: volvieron a abrirle la cabeza. El tumor ya no estaba allí. Había desaparecido.

Sin preguntarle nada, mi abuela comenta: fuimos a agradecer a todos sus oraciones. Cada uno atribuía el milagro a la intercesión de su santo. Pero, ¿sabes qué creo yo? Que esta vez Dios se sintió obligado. Debió de pensar: "¿quién es este por el que todos me piden? Anda, no se hable más. Curado".

Hoy pretendo obligar a Dios a realizar otro milagro. Otro de mis tíos está en cama, en manos de médicos que también buscan curarlo. Adonde ellos no lleguen, hagamos que llegue Dios. Pido a cada cual según su conciencia: tanto me vale un pensamiento como un padrenuestro. Gracias.



* La beata Josefina Sauleda Paulís es una de los 498 mártires beatificados en Roma el 28 de octubre de 2007.

4 comentarios:

Sergio dijo...

Cuenta con cuatro.

Shirley dijo...

Tu familia tiene todas las historias del mundo. Siempre encuentras algo nuevo para sorprenderme.
Ya sabes que nos apuntamos desde aquí para encomendar a tu tío.
Un besote.

El del sur dijo...

Cuenta con nuestra oración y casi seguro que con la de Paulo, que digo yo que entre biberón y biberón (ya los toma de 130, algunas veces), a parte de dormir, en algo debe pensar. Ya le hablaré yo de esta historia.
Se os echa de menos. Un beso y saludos a todos de nuestra parte.

Juan dijo...

Mo, hacía mucho que no visitaba el blog. Y no pensaba escribir nada. Pero esta entrada merecía unas palabras. Cuenta con mis oraciones por tu tío.

De mí te diré simplemente que estoy bien. No ha sido ni grato, ni fácil. Pero sí muy meditado y sin prisas, agotando hasta el límite todas las posibilidades.

Juan