1/3/16

El rufián y la dama

Me llama mi padre para contarme que han querido tomarle el pelo a mi abuela.

- Y encárgate tú de contarlo a tus hermanos, que no quiero estar llamando y repitiendo lo mismo una y otra vez.

Mi padre -supongo que por aquello de que el amor es ciego- tiene la sensación de que si no escribo es porque dedico mis toneladas de tiempo libre a mirar cómo pasan las horas.

Pero, bueno, por aquello del amor de hija vamos a darle una alegría.

La abuela salió como todos los días a la puerta de casa a sacudir el mantel en la calle. Acababan de comer. El abuelo ya estaba acomodado en su balancín y dormitaba. Ella lo haría enseguida. Pero un coche paró frente a la puerta; salió un hombre y la saludó sonriente.

- ¡Hola! ¿No me reconoces?
- No. No te conozco.
- Bueno, no, ya sé que no. Es que mi padre trabajó con tu marido. Yo soy su hijo. Vivo en París. ¿Está él en casa?
- Sí, pero ahora duerme.
- ¡Qué ilusión me haría saludarle! ¿Cómo se llamaba?
- Manuel.
- ¡Eso, Manuel! ¿Puedo pasar a saludar?
- Es que, verá, acabamos de comer y él ahora descansa.
- Me haría tanta ilusión saludar a Manuel... Mi padre me ha hablado tan bien de él...

Y entró. Y saludó a mi abuelo. Y le preguntó si lo conocía. Y mi abuelo dijo que no y siguió durmiendo. Y él hablaba y hablaba, siempre muy educado y amable. Y mi abuela contaba algunas cosas de la familia y a todo él respondía "¡y claro! ¡Si lo sé! ¡Si mi padre me ha hablado tanto de vosotros!". No había cosa que su padre no le hubiera contado ya. Así estuvieron un rato.

- Pues yo venía al pueblo desde París a visitar a un amigo y a traerle un regalo, pero al llegar me he enterado de que murió en accidente de moto hace 15 días.

Y mi abuela, que escucha y entiende las campanas, piensa: "¿Un accidente de moto en el pueblo? ¿Un chico muerto? Yo no he oído nada. Este hombre está confundido...". Pero sigue escuchando.

- Pero, mira, ¿sabes qué haré? Como eso no tiene remedio, os lo regalo a vosotros. En memoria de mi padre.

Y va al coche y saca del maletero una chaqueta de piel y se la da a la abuela.

- Para Manuel.
- Ah..., gracias, sí..., es muy bonita.
- Y todavía haré más. ¿Tenéis hijos?
- Sí. Vienen todos los días a vernos.
- Pues toma. Otra chaqueta. Para tu hijo.
- Sí, sí... Son muy bonitas...
- Y para ti... Toma. Este tapiz.

Extiende sobre la mesa un tapiz bordado, grande. La bolsa y la generosidad del hombre parecen infinitas.

- ¿Sabes qué te digo? Me ha hecho tanta ilusión veros que te daré todo lo que llevo.

Y saca una tercera chaqueta de piel. La abuela piensa "¿y todo esto traías para tu amigo?". Pero no se lo pregunta.

- Todo esto os lo regalo. Para vosotros. Lo único... Ahora debería pediros un favor. Verás, yo contaba con este amigo... Todo esto que os regalo me ha contado 1800€, si pudieras dejarme solo 200€ para volver a París...
- Pues lo siento, pero dinero no tengo.
- Si yo creo que con solo 100€ para gasolina ya me valdría.
- Pero es que no tengo nada. Ya te he dicho que vienen mis hijos todos los días. Ellos hacen la compra. Nosotros estamos muy mayores para salir.

El hombre se despidió con la misma cortesía con que había llegado, ponderando las virtudes de mi abuelo y agradeciendo haber podido saludarles. Recogió las chaquetas y el tapiz y se fue.

Antes de colgar el teléfono, oigo a mi abuela detrás de la voz de mi padre: "¡Oh, decía que hacía tantos años que no pisaba el pueblo y a mí me ha reconocido nada más verme!".

1 comentario:

Sergio dijo...

Yo sé que nunca te fuiste.