Ahora que miro el mundo como madre de cinco... (Se ve más o menos igual, solo que algo borroso porque es difícil detenerse a contemplar nada mientras evitas que el cuarto se descalabre pillandolo en plena caída libre, mientras desvías de un taconazo el balón que casi deja a la tercera sin dientes o ayudas al segundo a tender trampas a las mantis religiosas para que la primera pueda fotografiar y documentar la fauna que convive con nosotros). Ahora, pues, que miro el mundo como madre de cinco, agradezco esos consejos altruistas que mi soberbia me empujaba a despreciar. Por ejemplo, ese que nos recuerda que el amor propio de los infantes es algo frágil que nunca, jamás, por ningún motivo, debemos rozar.
Estaba la tercera observando con incuestionable amor a la recién llegada quinta y le salió espontánea esa afirmación:
- Mamá, yo no soy la más guapa del mundo, ¿sabes?
Una tentadora voz me susurró al oído "orgullo de madre; ¡pero qué bien lo has hecho, morena!". O eso creo que iba a decir, porque la tercera interrumpió despiadada mi palmadita en la espalda para terminar su aseveración:
- Porque soy la más guapa del universo.
Y le plantó un beso -¿de consolación?- a su hermana.
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