13/1/09

Los regalos


Las fundaciones en pro de la educación, las asociaciones de padres, los consejos asesores del buen hacer familiar, las escuelas y otras tantas agrupaciones por el estilo se desgañitan antes de las fiestas navideñas para advertir a los padres de la necesidad de educar en la austeridad y el sacrificio: hay que enseñar a los niños a no pedir todo lo que quieran; hay que animarles a elegir un solo juguete, dos, si nos sentimos excesivos; hay que contarles mentiras como que los reyes necesitan repartir los juguetes entre muchos niños y si yo pido demasiado luego no habrá para otros (¡pero son magos, ¿no?!).
No pongo en duda la buena intención de estos consejos, pero, al fin y al cabo, el infierno está empedrado con buenas intenciones.

El día de la Epifanía del Señor, a mí me educaron en el derroche. Pide, pide sin mesura. Es tu día, ¿qué quieres? Pídelo todo. No olvides que la carta a los reyes no es un listado de cosas, debe ser una carta amable, en la que cuentes qué has hecho bien y qué te gustaría que los reyes te regalaran para celebrarlo. Despídete siempre con un "y todo lo que sus Majestades quieran", por si acaso has olvidado anotar algo en la carta.

La mañana del 6 de enero siempre llegaba con prisas, de madrugada. Los seis hermanos teníamos un pacto: bajamos todos juntos al salón. El primero en despertar solía ser Marc, que se acostaba sin ir al baño y completamente destapado, para que el frío o las ganas de pasar por el lavabo lo despertaran cuanto antes. Abríamos la puerta con cuidado, apiñados, y luego encendíamos la luz. ¡Qué maravilla! El salón estaba dividido en montoncitos de paquetes. Íbamos abriendo de uno en uno, intentando adivinar primero, descubriendo después. Nos llamábamos para compartir la alegría. Nos movíamos deprisa entre nuestros regalos y los de nuestros hermanos, deseando saber estar en más de un sitio a la vez.

Ahora cada año nos avisan: estamos en crisis, no esperéis nada especial. Y ya no vivimos todos en casa ni nos despertamos de madrugada, pero bajar al salón sigue siendo una sorpresa. Los reyes se esfuerzan año tras año para contradecir esa teoría de la austeridad y mostrar con pequeñeces -como recambios de agenda y calcetines muy bien envueltos- que este día sigue siendo maravilloso tirar la casa por la ventana, al menos en apariencia.

Este año Joana estaba preocupada porque pedía demasiadas cosas. Le quité importancia. No quiero que nadie le robe el placer de pedir sin medida al menos una vez al año.

* La foto es de hace un par de años.

9 comentarios:

Sergio dijo...

Conforme en la falta de mesura, otra cosa es que lo traigan todo. Ya no tan conforme en los regalos que piden a última hora, influidos por la televisión, y sí en los que llevan semanas o meses pidiendo. Es cuestión de arrimar la oreja.

El truco de no ir al baño se lo copió tu hermano a los indios americanos, que antes de una batalla bebían mucha agua para despertarse temprano.

La verdadera ilusión, la inocente, dura muy poco. Demasiado poco.

mòmo dijo...

Ellos pueden pedir sin mesura, pedir "y todo lo que sus majestades quieran", es su as. El nuestro es que, precisamente porque son magos, saben mejor que tú qué conviene que te traigan y qué no.
Y de acuerdo con lo de la ilusión, pero ¡qué grande es mientras dura!

Anónimo dijo...

me gustaría comentar que lo primero que hizo Joana al ver su montón de regalos fue LLORAR, porque ella quería que se lo pusieran en el escalón y se lo pusieron en la "trona" (la traducción que me da el diccionario cat-cas es "silla alta con brazos para acercar a los niños a la mesa"). Un poco llorona sí es la niña...

Anónimo dijo...

Los recuerdos del día de Reyes cuando éramos chiquitos son una maravilla. A mí me gusta que los peques que tengo cerca los pasen así: con la boca abierta por la magia.

Anónimo dijo...

¿¿¿Melchor era un muñeco de cera????

Ferran dijo...

Tot un poema, Mònica. Gràcies.

mòmo dijo...

¡Pero Mary! ¿Cómo va a ser de cera? ¡No hay reyes más auténticos que los de Sant Pol!

ERT dijo...

A mi la verdadera ilusión todavía me dura. Aunque este año no me hayan traído el visado que tanto pedía...

Anónimo dijo...

Igualito, igualito era en mi casa (aunque ni yo ni, que sepa, mis hermanas recurríamos a estrategias de piel roja). Y muy parecido a como hemos hecho este año en Perú, donde mi Flavia ha debido ser de las pocas niñas privilegiadas por la amistad de los Reyes Magos de Oriente. Con tanto arenal debían de sentirse como en casa, así que creo que volverán.