16/4/10

Una de la Edad Media


Uno de los varios frentes que tenemos abiertos es el de no llorar por tonterías. Esto, claro, lleva implícito diferenciar qué es una tontería y qué no.
Cuando no la abruman otros pesares (sueño, cansancio, hambre, etc.) -y se acuerda del propósito- Joana, que tiene la lágrima fácil, hace gala de una envidiable fuerza de voluntad.

El sábado llegamos de casa de los abuelos, cargadas de maletas y de horas de carretera y de cierto perfume a vómito, directamente a la fiesta de cumpleaños a la que Joana había sido invitada. Después de varios juegos, los otros tres invitados, capitaneados por el agasajado, decidieron que era el turno de martirizar a Joana. Antes lo había sufrido otro y después le tocaría a un tercero. No sé por qué, pero la crueldad infantil del todos contra uno es un juego rotativo.

Ella se sentó en lo alto de una torre de sillas de plástico, mientras a su alrededor los cuatro niños le repetían que era una tonta, que no iban a jugar con ella, que era una pequeñaja (es uno de los insultos graves que se puede lanzar contra una niña de cuatro o cinco años; no tengo evidencia suficiente para afirmar lo mismo de los varones), etc. Ella me observaba desde su torreón, haciéndome gestos que podrían traducirse como: ¡Bah!
Esperé un poco, deseando que el ataque remitiera para que ella se sintiera vencedora, pero el combate se recrudecía y la presa que contenía el borbollón de lágrimas empezaba a hacer aguas (en el sentido más literal de la palabra). Me levanté y me acerqué a ella. La prudencia me indicó que no era aconsejable dejarme llevar por mi instinto materno y practicar el lanzamiento de niño, especialmente por la cercana presencia de sus padres. Opté por un ataque más solapado.
Entré en escena sobre un caballo imaginario y gritando algo así como: ¡Vengo a salvar a la princesa! Cargué a Joana sobre mis espaldas y jugué un poco a repeler el ataqué de cuatro dragones.
Como buen caballero andante, recibí una herida. Al parecer durante la batalla detuve un zarpazo con mi nariz y estaba sangrando.
Esa herida me ha escocido un par de días, y durante algunos más he tenido que reconocer a más de uno que me peleé contra un niño de cinco años. Pero qué más da. También tuve mi recompensa:
- Mamá, estás sangrando...
- Sí... No pasa nada. Sólo un poco de sangre.
- Mamá, estás sangrando... Tienes sangre porque has venido a salvarme...

3 comentarios:

Mae Ortiz dijo...

Peligrosa prefiguración de la d´Arc..Insisto. Esto pasa por poner nombres fuertes a nuestros hijos :)

Sergio dijo...

Sangre, sudor y lágrimas.
(el insulto más grave a un niño de (casi) cuatro años es decirle que es una chica).

Fa dijo...

Buena idea!! voy tomando nota. He descubierto que a Flavia (que tiene año y medio) le gusta jugar con niños más grandes y sufre cuando le hacen caso... y yo con ella.