un argumento clásico

Antes de su cumpleaños a Joana le llovió un regalo inesperado. Los regalos inesperados siempre saben mucho mejor que el resto, a saber por qué. Era un juego de muñecos-títeres de dedo, con su decorado de madera, rey, princesa, bruja, diablo, caballo, caballero, bufón y hada. Enseguida acorraló a uno de sus primos para que fuera su ayudante, destrozó la caja, cogió todas las piezas y se fue a ensayar una función. Al rato su ayudante, mirándonos un poco avergonzado desde la atalaya de sus 15 años, nos llamó para el gran estreno.


El decorado mostraba un castillo en el que balconeaban el rey y la princesa. Disfrazada de bufón, se coló la bruja en palacio y secuestró a la princesa, a quien se llevó no en una escoba, sino cabalgando sobre su lomo, pues se había transformado la hechicera en un corcel. El rey salió en su busca, pero no sabía por donde empezar. Por suerte, la princesa, maniatada a un poste, llevaba consigo su teléfono móvil, con el que logró llamar a su real padre, que enseguida partió al galope.

Me despisté un poco digiriendo la modernez esta en el argumento clásico. En cuanto bajé de las nubes, había un caballero intentando cumplir con su papel, pero un par de bufones -no sé si secuaces de la bruja o tontos por libre- le habían quitado el yelmo y se divertían lanzándoselo entre ellos y fastidiando al pobre aspirante a héroe. Al fin alguien rescató a la princesa. Creo que el hada colaboró en la hazaña. Después vinieron los saludos. Uno a uno, los personajes se inclinaban ante nosotros, su público. De repente, los dos payasos arrebataron al hada buena su puntiagudo gorro celeste, con lo que está se enfadó y los convirtió a todos en ranas. Y punto.

* Una de las fotos es cortesía de Gonzalo.