Curioseando por las entrañas de san Salvador descubrí una rejilla que escondía un osario. Llamé a Joana para enseñárselo. Sé (o imagino) que a ella estas cosas no le provocan pesadillas, al menos no si no las revisto de un halo macabro.
- Mira, Joana. Mira ahí dentro. ¿Lo ves?
- ¿Qué es?
- Huesos.
- ¡Huesos!
- Sí.
- Mamá, ya sé. He tenido una idea. Cuando los nuestros se pongan blandos, ¡podemos venir aquí y cambiarlos por estos!
Ella es una chica práctica.
2 comentarios:
Y sin preocuparse por las tallas: esta costilla me tira un poco de la sisa, este fémur me va justo,...
¡Caramba! No se me había ocurrido...
Publicar un comentario